Quizás por ese escalofrío que nos recorre a muchos andinos el cuerpo cuando pensamos en Maracaibo o a lo mejor por pensar en el lago como una mina de lemna; nunca creí encontrar tanta maravilla en La tierra del sol amada, jamás pensé ver algo hermoso en un lugar fuera de mi agrado y menos tanto color en la ciudad del petróleo.
Un viaje sin más complicación que la pésima noticia de la desaparición de una estimada artista trujillana nos llevó directo al imponente puente “Rafael Urdaneta”, una extraña sensación invadió nuestros cuerpos al ver por las ventanas el azul infinito del lago y la limpieza superficial de las aguas, pues por primera vez en años no veíamos las zonas cubiertas de lenteja de agua.
Algunos traspiés nos retrasaron en nuestro comino al Centro de Arte Lia Bermúdez, en el cual nos esperaba un encantador grupo de personas preparadas para hacer de nuestra experiencia la mejor que hayamos tenido.
La presentación se llevó a cabo en el anfiteatro del Lia, un lugar tan espectacular que dejó huella en nuestros recuerdos. Cientos de butacas alineadas hasta donde se pierde la mirada, enormes reflectores apuntando a diferentes direcciones y un escenario tan pulcro que daban ganas de subirse a él.
Una breve charla nos instruyó sobre el terreno pisado, transportándonos a los años en los que el tranvía recorría las calles de Maracaibo y a los tiempos en que el mercado municipal se desarrollaba allí.
La exposición iniciaba en una sala de fotografía, repleta de historia y valiosos recuerdos de un Maracaibo industrial, acompañados de manchetas que desdibujaban la vida marabina.
Luego solo luz y color, vitalidad total, las intensas y azules aguas del lago desbordándose por las paredes del Lia, envolviéndonos en su fauna y su flora, arrastrándonos hasta las orillas arqueológicas y regresándonos a lo más profundo, un lugar puro y sin contaminación.
(Imágenes de Internet)
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